El modelo español se diferenció del francés en lo que Ignacio Vicent López llamó una cuestión de estilo. El reinado de los Reyes Católicos fue decisivo en la elaboración de este estilo, que se fundamentaba en la conciencia de la monarquía católica. Este sistema se prolongaría con variaciones bajo los Habsburgo hasta que a la llegada de los Borbones se adopte el modo fránces en lo que llegaría a ser una monarquía absoluta, aunque nunca pudo librarse de las huellas del antiguoestilo.

El éxito es indudable, y aventajó la monarquía francesa durante el siglo XVI: se consigue un conjunto territorial sin parangón (Felipe II pudo decir "en mis dominios no se pone el sol") que, aunque poco cohesionado, puede ser eficazmente gobernado desde un centro localizable en Castilla tras la Guerra de las Comunidades (1521) y la elección de Madrid como capital política (1561); de Castilla se drenan una fabulosa cantidad de recursos impositivos  que se gastan en la política europea que identifica los intereses de la Monarquía Católica con los de la causa del catolicismo. El éxito queda confirmado por la propia Leyenda Negra, explicada tanto por la realidad del cruel dominio sobre América, la represión de la disidencia (a la que se forzaba a la asimilación, la expulsión o lahogueraconversosmoriscos; o las más minoritarias conductas consideradas antinaturales, la brujería y los mínimos focos de protestantes) y la impotencia de sus enemigos, resignados a combatir con propaganda antiespañola a la potencia hegemónica (el paralelismo con el antiamericanismo del siglo XX es claro).      

El control interior queda garantizado por una creciente burocracia  que se implanta territorialmente a través de los virreyes, (en los reinos) y los corregidores (en las ciudades). El control de los estamentos privilegiados se logra por la sumisión del clero (patronato regio, reformas de Cisneros) y la nobleza, acostumbrada a poner y quitar reyes en las guerras civiles castellanas de la Baja Edad Media. el rey se convierte en Gran Maestre de las Órdenes Militares (desde Fernando el Católico), implica a la aristocracia en su política de nombramientos (institución de la grandeza de España con Carlos V), y deja claro que a cambio de ejercer sin injerencias el poder político les garantiza el poder social y económico (institución del mayorazgoleyes de Toro).  Los puestos burocráticos son un buen banderín de enganche para la baja nobleza y la burguesía. A falta de una policía digna de tal nombre se disponía de la red informativa y represiva de la Inquisición submitida al poder real.

 

 

 

 Escultura ecuestre en bronce de Felipe IV, diseñada por Velázquez y esculpida con asesoramiento científico de Galileo. El sábado 9 de abril de 1677 alguien colocó un pasquín en la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor de Madrid que decía ¿A qué vino el señor don Juan?: A bajar el caballo y subir el pan. 

 

El fracaso quedó claro con la decadencia. El brillo cultural del Siglo de Oro no ocultaba que la economía, estimulada por la Revolución de los precios del siglo XVI, entró en declive en el XVII, siglo de crisis general que empujará a la despoblación en particular a la Europa del Sur, mucho más a España, y más aún al hasta entonces centro decisivo castellano. Las soluciones políticas (desorden monetario, reformas fiscales repetitivas) no consiguieron más que agravar la situación, y los intentos más vigorosos de centralización (Unión de Armas del Conde-Duque de Olivares) precipitaron la crisis de 1640.

El cambio de dinastía de 1700 (Felipe V de Borbón) produjo el encauzamiento del sistema hacia un absolutismo con características similares al francés, que produce intentos bienintencionados pero siempre fallidos: la racionalización fiscal como el Catastro de Ensenada, reformas ilustradas como las de Esquilache (expulsado del poder por el Motín que lleva su nombre tras una liberalización del precio del trigo, hasta entonces sometido a tasa) o el expediente de la ley Agraria, eternamente tramitado, que pretendía resolver el hambre de tierra de los campesinos. La revolución francesa truncó las expectativas del reformismo.1

El Antiguo Régimen perdura brevemente en el siglo XIX hasta la Guerra de la Independencia Española, cuando, al promulgarse la Constitución de 1812 en Cádiz se abrió el proceso de constitucionalismo.