“La nación inglesa es la única sobre la tierra que ha conseguido regular el poder de los reyes enfrentándose a ellos y que, con constantes esfuerzos, ha podido finalmente establecer un sabio gobierno en el que el príncipe, todopoderoso para hacer el bien, está limitado para hacer el mal; en el que los señores son grandes sin insolencia y sin vasallos; y en el que el pueblo comparte el gobierno sin desorden. La Cámara de los Pares (de los Lords) y la de los Comunes son los árbitros de la nación, y el rey es el árbitro supremo. No ha sido fácil establecer la libertad en Inglaterra; el ídolo del poder despótico ha sido ahogado en sangre, pero los ingleses creen no haber pagado demasiado por sus leyes. Las demás naciones no han derramado menos sangre que ellos, pero esta sangre que han vertido por la causa de su libertad no ha hecho más que cimentar su servidumbre.”

Voltaire. Cartas filosóficas. 1734.

 

“En Francia, un noble es muy superior a un negociante. Yo no sé sin embargo quién es más útil a un Estado; el señor bien engalanado que sabe con precisión a qué hora se levanta el rey, y que se da aires de grandeza, o un negociante que enriquece a su país, da órdenes en El Cairo, y contribuye a la felicidad del mundo.”Voltaire. Cartas filosóficas. 1734.

 

“En cada Estado hay tres clases de poderes: el legislativo, el ejecutivo de las cosas pertenecientes al derecho de gentes, y el ejecutivo de las que pertenecen al civil.

Por el primero, el príncipe o el magistrado hace las leyes para cierto tiempo o para siempre, y corrige o deroga las que están hechas. Por el segundo, hace la paz o la guerra, envía o recibe embajadores, establece la seguridad y previene las invasiones; y por el tercero, castiga los crímenes o decide las contiendas de los particulares. Este último se llamará poder judicial; y el otro, simplemente, poder ejecutivo del Estado (...). Cuando los poderes legislativo y ejecutivo se hallan reunidos en una misma persona o corporación, entonces no hay libertad, porque es de temer que el monarca o el senado hagan leyes tiránicas para ejecutarlas del mismo modo. Así sucede también cuando el poder judicial no está separado del poder legislativo y del ejecutivo. Estando unido al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, por ser uno mismo el juez y el legislador y, estando unido al segundo, sería tiránico, por cuanto gozaría el juez de la fuerza misma que un agresor. En el Estado en que un hombre solo, o una sola corporación de próceres, o de nobles, o del pueblo administrase los tres poderes, y tuviese la facultad de hacer las leyes, de ejecutar las resoluciones públicas y de juzgar los crímenes y contiendas de los particulares, todo se perdería enteramente.”

Renunciar a la libertad es renunciar a ser hombre, a los derechos y a los deberes de la humanidad.

La verdadera igualdad no reside en el hecho de que la riqueza sea absolutamente la misma para todos, sino que ningún ciudadano sea tan rico como para poder comprar a otro y que no sea tan pobre como para verse forzado a venderse. Esta igualdad, se dice, no puede existir en la práctica. Pero si el abuso es inevitable, ¿quiere eso decir que hemos de renunciar forzosamente a regularlo? Como, precisamente, la fuerza de las cosas tiende siempre a destruir la igualdad, hay que hacer que la fuerza de la legislación tienda siempre a mantenerla.” Montesquieu. El espíritu de las leyes. 1748.

 

“Si se busca en qué consiste el bien más preciado de todos, que ha de ser objeto de toda legislación, se encontrará que todo se reduce a dos cuestiones principales: la libertad y la igualdad, sin la cual la libertad no puede existir. Jean-Jacques Rousseau. El contrato social. 1762.


“Hay que estar loco para creer que los hombres han dicho a otro hombre, su semejante: te elevamos por encima de nosotros porque nos gusta ser esclavos. Por el contrario, ellos han dicho: Tenemos necesidad de vos para mantener las leyes a las que nos queremos someter, para que nos gobiern es sabiamente, para que nos defiendas. Exigiremos de vos que respetéis nuestra libertad.”

Federico II de Prusia. 1871.


“En primer lugar me doy cuenta de algo que es reconocido por el bueno y el malo: que es necesario razonar en todo, porque el hombre no es solo un animal, sino un animal racional; que, en consecuencia, siempre hay medios para descubrir la verdad; que quien renuncia a buscarla, renuncia a su cualidad humana y debe ser tratado por el resto de su especie como una bestia feroz; y que una vez descubierta la verdad, cualquiera que renuncie a aceptarla o es un insensato o es moralmente malvado.”
 

D. Diderot. Derecho natural. Enciclopedia. 1751-1772.

 

 

 

“Le Salon de Madame Geoffrin en 1755, el mejor ejemplo de la Ilustración

 

 

 

 La Enciclopedia de Diderot y D'Alembert

 

La Enciclopedia, faro del conocimiento de la Ilustración

 

La Enciclopedia fue la obra más representativa de la Ilustración. Su nombre original es: “L’Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers” y fue editada entre los años 1751 y 1772. Contiene gran parte del saber del siglo XVIII y representa un esfuerzo enorme por parte de los autores para iluminar con la razón los pasos que la sociedad occidental debía dar para poder avanzar.

 

 

La idea de la Enciclopedia surgió cuando el editor francés André Le Breton quiso publicar una traducción de la Cyclopaedia Británica, elaborada por Ephraim Chambers en 1728. Para llevar a cabo la tarea, se dirigió primero a John Mills y el abate Jean Paul de Gua de Malves. Ambos abandonaron el proyecto, por lo que Le Breton optó por dejarla en manos de Diderot y D’Alembert en 1742. Su incorporación sería vital para transformar el proyecto de una mera traducción a una fuente de conocimiento mucho más amplia y destinada a la expansión de conocimientos.

La Enciclopedia usó como estructura de organización temática el árbol de los conocimientos humanos de Francis Bacon, así como influencias de Descartes y su “Discurso del método”. La obra cultural y científica se publicó en 35 volúmenes de lo más variopintos: 17 eran de texto, 11 eran de grabados, 4 eran suplementos, 2 eran índices y contaba con un suplemento de grabados. En total participaron cerca de 150 colaboradores, siendo los más destacados Voltaire, Diderot, D’Alembert, MontesquieuRousseau, Helvétius, Condillac, D’Hollbach, Daubenton, Marmontel, Durmasais, Quesnay, Turgot y el caballero de Jaucort.

Para poder gestionar tal cantidad de información, se tuvo que recurrir a 4 editores: Le Breton, Briasson, David, Laurent Durand. El proyecto dio trabajo a más de 1.000 obreros durante 25 años y fue una respuesta a la necesidad de actualizar conocimientos que tenían las clases altas ilustradas. Según las estimaciones de la época, hubo 4.000 suscriptores, que ocupaban distintos puestos dentro de la sociedad. Aunque no figuraban comerciantes, sí que lo hacían médicos, administrativos, técnicos e ingenieros.

 

 

Diderot y el resto de colaboradores, a diferencia que los diccionarios científicos y culturales tradicionales, se ocupaban de un campo mucho más amplio y lo intentaban suministrar a un nivel accesible para ese público ilustrado. Los enciclopedistas pertenecieron al sector activo que elaboró un nuevo orden económico y social, por lo que la obra gozaba de ese espíritu filosófico, científico, crítico y burgués que el “Siglo de las Luces” pretendía extender por las sociedades del mundo.

Este aspecto es el que no fue bien recibido por la nobleza, el clero y los jesuitas, quienes trataron de impedir su publicación. La Enciclopedia desafiaba el dogma católico y clasificaba a la religión como una rama de la filosofía, en lugar de ponerla como el último recurso del conocimiento y de la moral. En 1752 se prohibieron los dos primeros volúmenes y, varios años más tarde, entró a formar parte del “Índice de libros prohibidos” de la Iglesia Católica, el famoso “Índex“. El Estado comenzó a practicar la censura sobre los volúmenes ya publicados y a prohibir nuevas publicaciones. Pero esto no frenó las intenciones de Diderot y Le Breton, quienes consiguieron terminar su proyecto en 1772.

De 1776 a 1780, el editor Charles-Joseph Panckoucke retomó la edición de la Enciclopedia, independientemente de Diderot y Le Breton. Panckoucke lanzó 5 suplementos y 2 volúmenes de la “Tabla analítica y razonada”. Después, durante el siglo XIX, la Enciclopedia fue ampliada hasta alcanzar los 166 volúmenes y denominarse “Encyclopédie méthodique”.

 

De forma general, se puede afirmar que la obra elevó a un primer plano las inquietudes por el progreso económico, a la vez que despertaba una gran admiración y difundía la filosofía de los ilustrados. Siguiendo el ejemplo de Diderot, D’Alembert y Le Breton, la Enciclopedia se extendió por el resto de los países europeos, donde fue completada e imitada.